El tiempo me renovó el contrato, con 366 clausulas éste año, así que debía comprender que era especial. Pero, de hecho, comenzó como siempre: con muchas metas por delante y la esperanza de que no se atoraran antes de medio año, pero a los tres meses ya debía recoger los pedazos de algunos proyectos, en especial porque el desempleo ha azotado aún más fuerte en mi país, porque cuando el gigante se tambalea los pequeños no saben a dónde ir. Y con Estados Unidos viendo quebrar algunas instituciones financieras muy fuertes, ¿qué podía esperar yo?
Pero no sólo por esas latitudes las cosas se han movido, porque éste año el histórico Fidel Castro se retiraba, para algunos como el respiro que necesitaba Cuba, mas para otros como la incertidumbre de si su hermano podría tener el mismo coraje para plantarle cara al imperio, pero bien, esas preocupaciones no ponen pan en mi mesa, así que a lo mío… Y entonces, allá por julio comencé en un proyecto que me alargaba la vida, un proyecto de cuatro meses a penas, pero que me valió como experiencia, porque a la hora de las horas me nombraron el supervisor del grupo por el mismo sueldo que los demás. Y no es que me crea mejor, es sólo que bien podrían haberme dicho lo que pretendían, pero, ¿quién te lo dice?
Así se acusan unos a otros los candidatos a la presidencia de mi país, y eso que no votamos sino hasta el otro año, pero ya llevamos más tiempo en campaña que el que la ley permite aquí, y ahora, luego del histórico “Sí, podemos” de Obama (un hombre negro), cada uno agarra una parte de la cobija de barras y estrellas y lo esgrime como argumento.
Mas yo sigo esperando, con algunos trozos de sueños que estoy volviendo a confeccionar, porque el año se acaba y las pocas clausulas que faltan por cumplir quiero que digan que le he tomado la delantera al próximo año (o que al menos lo he intentado) porque podemos, claro... creo que sí podemos volver a firmar un nuevo contrato, para ver qué sorpresas nos traen las letras pequeñas, ¿no creen?
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